sábado, 13 de octubre de 2007

JÓVENES ÍNDIGOS (COLABORACIÓN)

La Dra. Nora Mancini es especialista en Psicología Clínica y cuenta con una dilatada experiencia en la atención de pacientes así como en la docencia universitaria tanto en su país, Argentina, como en el exterior. Luego de transitar por todas las técnicas tradicionales, desde el psicoanálisis hasta el PNL, hoy se enfrenta a los nuevos desafíos que resultan de la encarnación de los niños índigo, los niños cristal y otros seres de la nueva evolución.


¡La quinta dimensión ya está aquí! No, no es un cuento de ciencia ficción ni un delirio metafísico de alguien obsesionado con el tema. Se trata, simplemente, de mis experiencias de consultorio.

Tengo en estos momentos en tratamiento cuatro jóvenes que podríamos denominar “índigos”, de alto coeficiente intelectual, seguros de sí mismos, uno más rebelde que otro, pero todos con fuertes características de liderazgo que serán, sin duda alguna, los que repoblarán la “nueva Tierra”.

Les estoy relatando esta situación porque nunca me había pasado el encontrarme con pacientes que siendo tan jóvenes, tienen una actitud contratransferencial activa. Esto es: Hay un diálogo sin palabras pero real, como una suerte de telepatía muy profunda que hace que yo sienta mi mente totalmente conectada con la suya y ellos, a su vez, con la mía. Generalmente esto sucede después de hacer un ejercicio de regresión terapéutica, donde logran dejar de lado los mecanismos típicos de la tercera dimensión.

Cuando se producen estos momentos mágicos, una corriente de amor y luz nos une profundamente. Luego, cuando cierro el ejercicio y retornamos a la tercera dimensión, queda en el ambiente del consultorio una extraordinaria vibración de paz y armonía.

Luego de muchas experiencias similares no puedo dejar de pensar que estos jóvenes índigos traen ya incorporadas las doce cuerdas de ADN que –se nos anuncia- tendrá en el futuro toda la población de este planeta y que para ellos la evolución de la humanidad no es un futuro a alcanzar sino un ahora que ya experimentan.

Este es el relato de mis experiencias más recientes como terapeuta, pero las conclusiones que podemos extraer de ellas son fácilmente extrapolables a miles de jóvenes que actualmente conviven con nosotros y a los que es nuestro deber apoyar, ya que son los que muy pronto van a poner en marcha la nueva civilización. Nosotros, los adultos conscientes del cambio que se está produciendo en nuestro planeta, somos los que estamos en las mejores condiciones de hacerlo.

Nora Mancini

miércoles, 10 de octubre de 2007

UNA HISTORIA (colaboración)

Rolando formaba parte de una familia perfecta. Su mujer era una gran persona, buena madre, muy trabajadora, compañera ideal para todo, nunca cuestionaba ninguna de las decisiones, mas bien las conversaba, sugería, proponía, todo de manera que siempre era natural y nunca había que discutir ni dejar las cosas de lado por falta de acuerdo. Había sido su primera novia, y él había sido el primer hombre de su vida, y el único. Trabajaba medio día diseñando jardines para las grandes mansiones de la ribera marítima, y de los bosques de pinos de la zona este de la ciudad, las mejores. Era una ocupación que conservaba desde antes de casarse, hace ya once años. Era tan creativa que aún después del matrimonio no habían querido perderla y la empresa había concedido todos los períodos que necesitó para su luna de miel, para tener los chicos y criarlos durante los primeros meses de vida, y ahora, que no quería descuidar su hogar, sólo se ocupaba del trabajo ese ratito que los chicos estaban en la escuela. Era suficiente para mantener la clientela tan bien ganada, y para atender a aquellos clientes especiales que el señor Severt, dueño de la empresa, le recomendaba especialmente. No era una empleada común, bastaba que pidiera algo para que Severt se lo concediera sin pedir explicaciones.
Los hijos eran un calco de los padres, no sólo físicamente, sino que además se parecían en el carácter, Un poco de él, y un poco de Silvia. Ni siquiera se puede decir que sacaron lo bueno de cada uno, porque parecía que malo no había nada.
La vida de Rolando era como a él le había gustado. Tenía su trabajo que le permitía vivir en forma adecuada a sus pretensiones de confort. Sus superiores lo tenían en un alto concepto por el cumplimiento, el rendimiento y la facilidad con que solucionaba todas las cuestiones que se presentaran, por raras y difíciles que fueran. Jamás había tenido problemas, mas bien eran todas soluciones. Sus compañeros de trabajo sentían por él un gran respeto, lo le temían ni lo odiaban, sabían perfectamente que era capaz de cubrirlos en cualquier problema que se presentara, siempre u cuando no lo tomaran de punto. Era mas bien paternalista, y como tal, las cosas había que hacerlas bien, aunque si salían mal, siempre agregaba ese toque necesario para corregir todo sin que se notara. Le había costado mucho tiempo y mucho trabajo ese equilibrio, pero valía la pena.
Se sentía orgulloso de todo esto. Su relación con Silvia era perfecta, cada uno mantenía la individualidad de sus actividades, a tal punto que sólo había estado con Severt el día de su casamiento, agradeciéndole no sólo su presencia, sino también el regalo, que le habría costado sus buenos pesos. Por su parte ella era igual, Aunque compartían algunos amigos que lo eran por igual de ambos, la mayoría de los compañeros de deportes y trabajo de Rolando eran seres totalmente anónimos para Silvia, y rara vez hablaban de ellos.
Tenía un grupo de amigos de “fierro”, siempre listos para festejar, para salir, para acompañar los más alocados proyectos, y, lo que era más importante, dispuestos a ayudar en lo que fuese necesario aún en contra de los propios intereses. Si, esos eran amigos.
Además, Rolando iba al club, practicaba cuanto deporte se le ponía adelante. Claro, en ninguno se destacaba demasiado, pero siempre era requerido por su adaptación a cualquier equipo y a cualquier grupo que lo formara. Todos se llevaban a las mil maravillas con él, que siempre estaba de buen humor. Era difícil escucharle un no o alguna palabra fuera de lugar. Tenía una pequeña manía, aunque usaba todas las instalaciones del club, y de los demás vestuarios que frecuentaba, tomaba todos los recaudos necesarios para evitar hasta la menos posibilidad de contagio de cualquier tipo de enfermedad. Por supuesto que tenía tal cuidado para hacerlo que nadie lo notaba. Era sumamente sutil para todo.
Esa era una cuestión que lo acompañaba desde su nacimiento, tal vez antes. Alguna razón habría existido para que esto fuera así, seguramente, pero no hay forma de poder descubrirlo. Sabemos si, que desde pequeño había sido muy cuidadoso. Al pasar el tiempo, el conocimiento sobre los temas sanitarios había aumentado, además fue conociendo los nuevos peligros y para todos ellos encontraba solución. Su pequeño secreto era ese: jamás permitiría que la perfección de su vida se arruinara con enfermedades o contagios. Claro, como cualquiera tuvo que hacer frente a las enfermedades de niño, las famosas eruptivas, pero éstas no eran más que un beneficio porque era perfectamente conciente que le iban creando anticuerpos que en definitiva lo protegerían más adelante.
No era ese el único problema que cuidaba atentamente, también estaba el otro, había que hacer una vida sana para que el organismo pudiera afrontar las tensiones de la vida moderna. Con el deporte no tenía problema, ya lo vimos, pero había tomado algunas decisiones a lo largo de su vida que reforzarían su armadura. No fumaba porque había visto el deterioro que el cigarrillo producía sobre los organismos, incluso de pequeño había visto las dolencias de su padre que lo llevaron a la muerte. Además a ésta altura de la divulgación científica a nadie se le escapaba este conocimiento. Era muy observador de todo tipo de cuidados. ¿El colesterol tapaba las arterias? pues allí estaba Rolando controlando el consumo de grasas malas para evitarlo. ¿El exceso de hidratos de carbono no convenía? también llevaba un balance imaginario del consumo de ese tipo de alimentos. Otro tanto pasaba con los azúcares, con el alcohol y con todos los demás excesos posibles.
Cada vez que se controlaba los límites con los análisis que el Dr. Timesi reordenaba, obtenía valores ideales. No recordaba en sus casi cuarenta y dos años una sola oportunidad en la cual le hubiera tenido que llamar la atención por algún problema clínico. Estaba muy satisfecho por eso. Estaba todo a la perfección, ni una nube en el horizonte.
Bueno, algunas veces había tenido que tomar decisiones que le significaron reprimirse un poco, pero lo tomaba como si dejara de comerse la última milanesa o como si no descorchara otra botella de ese cabernet que tanto le gustaba. Como aquella oportunidad en la que la rubia infartante que atendía el bar de enfrente de la oficina le hacía caritas. En principio se hizo el desentendido, pero lo de ella llegó casi a un acoso, y no era cuestión de pasar por tonto. Sin embargo a último momento pensó muchas cosas, en su familia, en que Silvia no merecía una infidelidad, pero lo que lo decidió definitivamente fue pensar que por más que tomara todos los recaudos habidos y por haber, siempre existía la posibilidad de contagiarse alguna enfermedad. Sobe todo le preocupaba el tema del HIV. Claro, él ya tenía una vida hecha, y, mientras tomara decisiones como ésta, estaría a salvo. Por eso no siguió adelante con algo que ya estaba prácticamente cerrado. A la rubia no le gustó mucho que él le haya rehuido, se mostró molesta por un tiempo cada vez que lo atendía, pero se le terminó pasando. No había sido su primer fracaso con un cliente . . .y había tantos. Ésta no fue la única vez que dejo pasar una oportunidad de ese tipo, pero cada vez estaba más alerta a esas cosas y ya lo hacía naturalmente. A él no lo contagiarían así nomás.
El tema también pasaba por los chicos. A medida que crecieran, los peligros de éste tipo se harían más y más probables. Aunque él les estaba dando la mejor educación que podía, existían una serie de cuidados que sólo lo podía tomar uno consigo mismo. Nadie puede hacerlo por los demás, salvo informarlos y alertarlos, pero las acciones privadas eran eso. Y Rolando era muy respetuoso de la privacidad de cada uno. Lo demostraba en su casa, con su mujer, y lo mismo pasaría con los hijos, a medida que crecieran cada día requerirían mayor privacidad, y sus actos no los compartirían con él. Eso era un hecho. Seguramente hablarían sus problemas con sus amigos. Para eso son amigos.
Como los que él mismo tenía, incondicionales y sinceros. Así era Víctor. Un día se sentó a tomar un café con él y empezó a contarle. Hacía tiempo que tenía un romance con una mujer, claro, él era soltero. Mas bien solterón si tenemos en cuenta la edad, rico, pintón y muy entrador con las minas, jamás se le resistían. Era la clase de galán que actúa naturalmente, sin esfuerzos. A tal punto que a las mujeres siempre les parecía natural tener un romance con Víctor.
Mirá Rolando, había dicho, hace un tiempo que mantengo éste romance, suficiente para darme cuenta que, aunque muy reservada, es una buena mujer. No conozco mucho de su vida, la conocí cuando vino a dirigir el diseño que ella misma había hecho para el jardín de minueva casa sobre la playa . . . ¿qué te pasa, Rolando? . . ., escuchame, te lo estoy contando porque sos mi amigo y no sé que hacer. Me acabo de enterar que tengo SIDA.
Marcelo

martes, 9 de octubre de 2007

Íntimo

Oyó silbar la pava, fue hasta la cocina, apagó el fuego y preparó el mate. El día estaba gris y desde el Oeste llegaba un viento frío que anunciaba lluvia.
Realmente no le afectaba mucho el cambio de clima, ya que era domingo y no tenía pensado salir de su casa; un buen libro, un poco de música y el calor íntimo de la cocina le bastaban para sentirse bien, en paz y hasta feliz después de una semana pesada de trabajo. Hoy no iba a permitir que nada interrumpiera el fecundo diálogo que estaba teniendo consigo mismo, con su yo más profundo. No iba a permitirse perder el estado de armonía que estaba sintiendo y que le llevaba con suavidad y placer hacia la luz que brillaba en su interior, en su corazón, donde sentía la presencia de la vida, la presencia de Dios.

Hacía ya tiempo que había decidido dejar ir las tristezas de Zitarrosa y enfocar su alma hacia sentimientos más luminosos que le ayudaran a crear un nuevo mundo interior, un mundo con esperanza, donde el amor no fuera ese sentimiento torturado de dar sin esperar nada y donde la melancolía se enrosca en el alma haciendo del llanto silencioso la expresión de un ideal de sacrificio en función de.. ¿de qué? Realmente Fernando no sabía responder a esa pregunta que se formulaba a sí mismo. Había estado toda su vida llorando por dentro sin saber por qué. Intentó pensar en el karma, en el dolor que arrastraba de alguna otra encarnación, pero no logró encontrar una respuesta. Realmente no sabía porqué había pasado su vida envuelto en la penumbra de la tristeza. Decidió dar vuelta el dial de su emisora interna y se puso a cantar una canción de Serrat: “Hoy puede ser un gran día...”

Sentado a la mesa de la cocina, cebándose unos mates mientras fumaba un cigarrillo, comenzó a sentir un confortable calor que venía desde adentro, desde su corazón reconfortado por haberse encontrado, por fin, a sí mismo y por haberse aceptado tal como es: humano, limitado, imperfecto, sediento de amor, a veces oscuro... Y también divino, grandioso, perfecto, radiante de amor y de luz.
Fernando se reconoció y se amó a sí mismo por ser humano y por ser, al mismo tiempo, una imprescindible parte de Dios.
Alejandro