lunes, 29 de septiembre de 2008

SIRIO (primera parte)

De regular estatura y piel aceituna, grandes huesos y cejas pobladas, cabello tempranamente blanco, Yo, Sirio, hijo de Ekachara y de Azanta, crecí a orillas del mar, lo que puede haber influido en mi carácter algo melancólico y lejano, como si sintiera que todo es transitorio, que nada en realidad me pertenece.

Esa actitud desapegada no hace mucho por conquistarme éxitos entre las gentes, pero quién me conoce más profundamente se da cuenta que no es falta de amor lo que hay en mí, sino la visión del navegante que sabe que su andar no deja huellas y no busca tampoco dejarlas; que deja su vista perderse en el horizonte mientras su vida interior se enriquece en el silencio.
Realmente no soy muy consciente de lo que pasa en mi mente en esos momentos de soledad y silencio; es como si esta funcionara en un nivel subterráneo del que extraigo luego conclusiones ya formadas e intuiciones certeras. Muy frecuentemente (en realidad casi siempre) me encuentro haciendo exactamente lo que debo hacer en el momento exacto en que debo hacerlo, sin haber meditado sobre la situación ni elaborado conscientemente la acción a tomar. Puede creerse que esa particularidad es el producto de los tránsitos de los planetas sobre mi tema natal, pero es tan frecuente esa situación que no es posible atribuirla a los tránsitos planetarios, y aunque es posible que mi Neptuno en Libra en la casa III de mi natividad tenga algo que ver, me inclino a pensar más en reencarnaciones anteriores como causa directa de esta situación. El hecho es que un canal intuitivo me favorece estando permanentemente activo, mientras que una inclinación a la comodidad me desfavorece llevándome a depender demasiado, tal vez, de la intuición y la inspiración, y mucho menos del raciocinio. Sin embargo, y dada la índole de mi misión actual, puede ser preferible actuar de esa manera.

Yo soy un viejo mago. He ejercido mi arte (con mayor o menor beneficio para mi propia evolución) durante muchas encarnaciones, en las que aprendí las secretas leyes del espíritu en distintas escuelas iniciáticas y me encuentro ahora preparado para cumplir mi tarea, en medio de una población que ha perdido ya la memoria, que no reconoce la existencia de nada que no sean las limitadas urgencias de su vida cotidiana, y se rige solamente por las engañosas visiones de sus sentidos y de su intelecto, que se nutre de las falsas necesidades que el sistema instaurado en este mundo impone como de real significado y de perentoria urgencia.
Pero yo sé quién soy y sé lo que tengo que hacer y lo hago, muchas veces dejando de lado otros deberes, que quedan opacados por la urgencia del hoy. Un hoy plagado de peligros y asechanzas que se ha convertido en un desafío donde pongo en juego toda mi energía y toda mi ciencia para cumplir la tarea que me ha sido encomendada.

Nací en una familia burguesa de vida sencilla, aunque con un gran apetito por alcanzar su ser espiritual. Mi padre, un intelectual autodidacta que pasó su vida entre viejos libros y música,fruto de una educación rígida, nunca dejó salir sus emociones a la luz ni compartió con sus seres queridos sus alegrías y tristezas.
Mi madre, aspirante a la vida iniciática, fue quién me acercó en esta encarnación a mi primera escuela de sabiduría y compartió luego conmigo nuestros progresivos avances en el sendero y profundas meditaciones. Mujer triste, con un apetito de amor nunca saciado, se debatía entre el rencor por el desapego de su marido y la luz del perdón y la entrega que la iluminaba en sus estudios y prácticas místicas.
He bebido a raudales de esa fuente y la leche se me agrió en la boca durante mi infancia y adolescencia. Pasaría largo tiempo hasta que pudiera realizar verdaderas mutaciones en mi yo interno.

Fue un camino largo y arduo de auto- reconocimiento, en el que tuve luchar con mi formación de la infancia y con modelos mentales adquiridos en alguna atormentada reencarnación anterior. Las únicas relaciones personales que podía llevar a cabo con éxito eran aquellas de amistad y camaradería y sólo a través de Ankh he llegado a poder vivir una experiencia plena de unión física, emocional, mental y espiritual. Sólo con Ankh he podido quebrar los diques de mis emociones y compartir debilidades y no sólo fortalezas. Era imposible que ocurriera de otro modo, son tantas las reencarnaciones en que estuvimos juntos, alternando en distintos papeles, que hoy nos conocemos tan profundamente que no sólo es imposible que el uno le pueda ocultar algo al otro, sino que son tan fuertes los invisibles lazos que nos unen que, aún en la distancia y estando ocupados en actividades distintas y absorbentes, sé o mejor dicho, siento con exactitud, cómo se encuentra Ankh y qué está pasando en su vida interior, y Ankh me espera con comida caliente cuando regreso, sin aviso, de mis largos viajes en ignotos lugares.

Alejandro