domingo, 19 de octubre de 2008

ESCAPE A LA HEREDAD DE SHU (final)

Cuando se comparte la vida con personas amadas y los valores y las necesidades espirituales son similares, hasta las situaciones más difíciles son tomadas con calma y uno agradece no estar sólo. Por otro lado, se había recibido una sugerencia de Dangma, que estaba acompañado nada menos que por el primer Melchizedek, y una sugerencia de ese nivel debe ser tomada como un mandato, ya que si bien tenemos libre albedrío, ya hacía mucho tiempo que todos nosotros, la tripulación de la nave, habíamos ofrendado ese libre albedrío a las potencias superiores en bien de nuestra propia evolución y de la misión que vinimos a cumplir. Por otro lado, no se nos pedía ese sacrificio para agradar a ningún dios ni para que diéramos muestras de valor. Aquí había una situación realmente grave y la sugerencia de que nos fuéramos era para nuestra propia protección. Y era urgente.

No había tiempo para buscar otro lugar y tampoco disponíamos de medios económicos para ello, por lo que nos decidimos a aceptar la oferta de Shu y acatamos la orden, sabiendo que lo que se venía después iba a ser duro. Pero las cosas son como son y no como uno quiere que sean, y aunque sentimos un gran duelo y algo de ansiedad por el cambio tan bruscamente impuesto, dos días después y bajo una gran lluvia, estábamos en la heredad de Shu, sin más equipaje que un par de bolsas de mano y la ropa que llevábamos puesta (que por cierto llegó mojada)

Realmente el lugar era tal como lo había descrito Shu: algo abandonado de los debidos cuidados y con dos cabañas bastante sólidas y cómodas y un hermoso bosque de pinos que le daba un encanto especial y un aroma estimulante. No había luz eléctrica ni agua potable cuando llegamos en medio de la tormenta, así que nos arreglamos con una simple lámpara alimentada a petróleo y debimos pedir agua a los vecinos (tampoco sabíamos si era potable, pero si ellos la bebían...)

Una semana después, Shu envió a un hombre a reparar las bombas y limpiar los pozos de agua. Era evidente que el ultimo huésped de las cabañas se había marchado con disgusto, ya que se encontraron varias señales de sabotaje en las instalaciones, lo que hizo que tuviéramos que invertir varios días en reparaciones.

Los terrenos de la heredad de Shu eran muy amplios y la finca poseía numerosos árboles frutales, de los que algunos estaban en tiempo de recolección: naranjos, mandarinos, limoneros, papayos y otros, de manera que tuvimos suficiente fruta para alimentarnos; también había algunas hortalizas que fueron bien recibidas. Sin embargo la noche en la que llegamos no pudimos ver nada, ya que la oscuridad era la reina del lugar y la lluvia torrencial nos instaba a quedarnos bajo techo.

Cenamos lo que habíamos llevado en nuestras bolsas, nos refrescamos un poco del cansancio del viaje, y salimos a la galería a meditar. Ésta iba a ser una meditación muy especial, ya que se estaba señalando para nosotros un cambio trascendental en nuestras vidas. Era un tiempo lleno de interrogantes, lleno de confianza en quién nos había enviado a ese sitio, pero también de dudas acerca de nuestra propia capacidad de enfrentar una situación que nos dejaba al desnudo frente a nuestras más elementales necesidades. ¿Qué íbamos a hacer en un medio totalmente desconocido, donde no teníamos a nadie que nos de una mano y donde nuestras artes y ciencias no tenían mayor aplicación?. Nos sentíamos tan descolocados en esa nueva vida que ninguno de nosotros se atrevía a mencionar sus dudas y ansiedades al otro, pensando que si no lo hablábamos, no incrementaríamos en el compañero sus propios temores. No fue así. Los dos sentíamos lo mismo y el estado de confusión no hacía más que incrementarse a cada momento, aunque teníamos la seguridad de estar haciendo lo correcto, lo que nos fue indicado, y de encontrarnos a salvo de un suceso amenazante del que no conocíamos su origen, su posible desarrollo ni sus consecuencias.

Al fin salimos a la galería, nos sentamos en los sillones de mimbre y nos pusimos, en silencio, a observar cómo caía la lluvia y a escuchar el sonido que hacía al golpear sobre el techo de chapas y en los pequeños charcos que se formaban un poco más allá de la seguridad de la galería. Dejamos la lámpara dentro de la cabaña para apreciar mejor la oscuridad de la noche, llena de asechanzas, pero también de promesas de una nueva etapa en nuestras vidas, etapa que aún desconocíamos por completo y se presentaba azarosa y envuelta en misterio en nuestros pensamientos.

– Ankh, ¿vamos a meditar?- Pregunto. –Sí, ya es tiempo- responde Ankh. Así que enderezamos la espalda, cerramos los ojos y respiramos profundamente varias veces hasta aquietar el pensamiento. Relajamos la nuca, los hombros y la espalda, buscando una posición cómoda pero firme, que nos permitiera relajar todo el cuerpo. Los pies bien apoyados y la espalda recta.

Había algo en el ambiente (más allá de lo que nuestra precaria situación provocaba como respuesta en nuestro psiquismo) que tenía algo de solemne. Podíamos percibir la importancia de lo que estábamos haciendo, pero de una forma nebulosa, incierta, y aún así poderosa. Solicitamos la debida protección (la Luz siempre protege a la Luz) y trazamos mentalmente tres círculos concéntricos de luz azul en nuestro derredor e invocamos al Arcángel Miguel, pidiéndole que vitalice los círculos de protección con su poder. Abrimos los chakras, y entonando OM, el mantram de la creación, comenzamos a elevarnos.

Fue la experiencia de meditación más maravillosa que jamás hayamos tenido. Ni bien logramos aquietar la mente y comenzar a elevarnos, Ankh vio (tiene la capacidad de ver las dimensiones sutiles y de canalizar mensajes de nuestros guías y protectores) lo que nunca en nuestras vidas pudimos haber imaginado ni en nuestras más delirantes fantasías: Comenzaron a acercarse el Maestro de Ankh, Kûthûmi, y el mío, Paramhansa Yoganandaji, y multitud incontable de otros seres de Luz. Un coro inmenso de hermosas voces comenzó a cantar OM y la voz del Cristo nos decía: - Esta vez, por haber demostrado obediencia y una fe inquebrantable, somos nosotros los que les reverenciamos cantando el OM. Estamos complacidos de ustedes dos. – No recordamos qué más se nos dijo; la vivencia fue tan fuerte que solo hemos podido retener esas palabras del Cristo y aunque hubo más, ya lo mencionado era algo excesivo para nosotros, no porque dudásemos de nuestra propia identidad espiritual, sino porque ante tanta grandeza el alma se sobrecoge de humildad, tanto como se disuelve en amor.

Al terminar la meditación quedamos en silencio, mirando la noche, sin atrevernos a hablar por temor a romper la inefable magia que aún nos envolvía. No podría decir cuanto tiempo estuvimos así, sentados en silencio, con los ojos empañados y un sentimiento de exaltación y agradecimiento nunca antes vivido, hasta que decidí comenzar a escribir en el archivo el informe de la experiencia con que fuimos regalados.

Alejandro