sábado, 4 de agosto de 2012

EL VIOLINISTA (Un cuento de Luis Centomo)



El violinista

A veces se lo podía encontrar en las calles de algunos pueblitos haciendo su incomparable música.
Dicen que su espectáculo era algo mágico y que en cuestión de segundos una multitud bailaba al compas de sus hermosas melodías.
Dicen que él mismo bailiaba sin parar desde que flotaba en el aire la primer nota de su violín hasta que el último sonido desaparecía como un suspiro.
Dicen además, que sus dedos eran delgados como agujas, agujas que se movían a toda velocidad para así esbozar un sinfin de hermosas y armoniosas notas.
Que lucía siempre una bufanda roja, el cabello alborotado, una rostro delgado y alegre. Su nariz en punta siempre apuntando hacia el cielo y sus pequeños
y verdes ojos mirando al público mientras continuaba sin parar con su música. Tenia además una chaqueta verde , un pañuelo azul atado a su esbelta cintura y
unos viejos y gastados zapatos que ya casi no tenian suela y parecían infinitamente largos.
Siempre con una sonrisa se movía bamboleandose de una lado a otro, dando pequeños saltos, como poseído por su propia música que al parecia salir de lo más profundo de su ser. Como si uno pudiese mirar su alma al escucharla.
Dicen que al presenciar su espectáculo uno nunca volvía a ser la misma persona, como si algo cambiara para siempre.
Dicen también que durante cada espectáculo, la gente que quedaba maravillada le aventaba monedas, billetes, hermosas flores, tal vez alguna estampita. Todo en reconocimiento y agradecimiento al pintoresco violinista que visitaba su pueblito. El, sin embargo, no aceptaba ni un solo centavo.
Al terminar cada espectáculo tomaba sus cosas y sin decir más se iba silvando una vieja sonata. Siempre con su extraña sonrisa, siempre caminando a paso ligero.
Y un día el extraordinario violinista ya no volvió. Nadie mas pudo oír esa inconfundible música a la vuelta de la esquina.
Algunos dicen oírlo por las noches, aunque luego la música parece detenerse rapidamente, casi como escapándose por algun oscuro callejón de la ciudad.
Otros dicen que simplemente dejo de tocar. Que ahora es un ser acongojado y que su hermosa música se encuentra ahora presa por la tristeza de su alma.
Unos pocos aseguran que viajó muy lejos y su música suena ahora en el otro lado del mundo..

Muchos años después me encuentro a mi mismo sentado en la acera de una desierta calle de valencia, casi es medianoche. En mi mano derecha sostengo una botella de whisky casi vacía y mi mando izquierda aparece colgando casi como desorientada. Mi mirada fija en el suelo. Pienso entonces en todas esas desgracias por las que pasamos en estos últimos años. Pienso cuantas injusticias tuvimos que atravezar.
Me siento quebrado. Permanezco en silencio y escucho mi lenta y profunda respiración.
Levanto la vista y veo a un hombre sentado a mi lado que lleva un pequeño estuche negro. El hombre apoya el estuche en el piso, lo abre, saca luego un hermoso violín que con mucha calma acomoda entre su flaco hombro y su mentón. Cierro los ojos. El hombre empieza a tocar....

Luis Centomo