PRÓLOGO
La angustia
se levantaba con él cada mañana y aunque sabía con certeza que la protección de
que gozaban y que la conducción que sus Maestros les brindaban era
omnipresente, no podía evitar ese estado de vacío interior que le obligaba, por
primera vez en su vida, a tomar un psicofármaco (“Lexotanil 6 mg”) cada mañana
al levantarse, tratando inútilmente de disfrazar su auto destructivo estado de ánimo.
Era una situación difícil
porque, solos en el medio del campo y sumidos en tremendas dificultades, Alejandro hacía lo que podía por mantenerse
“entero” y, dentro de sus posibilidades, irradiar una atmósfera psíquica sino
de alegría, por lo menos de calma. Pero, si bien podía llegar a manejar sus
estados de ánimo, le era completamente imposible controlar aquellas emociones
que saturaban su ser –y que sentía y vivía como propias- cuando la que “caía”
era Norah. Y es que Norah tenía una mente enormemente fuerte y su aura mental
se expandía por toda la casa y ni aún saliendo de esta y viajando a otra
ciudad, podía Alejandro substraerse de aquella poderosa y oscura influencia.
Y entonces sucedía que Norah -que no poseía esa característica de
absorción psíquica indiscriminada- comenzaba a preocuparse, además de por
aquello que le estaba inquietando, por
la depresión de Alejandro, y trataba por todos los medios de “sacudirlo” para
mejorar su estado de ánimo, sin darse cuenta de que la solución estaba que ella
misma solucionara el suyo.
Norah y Alejandro estaban hartos, totalmente desgastados por la larga
lucha. Norah quería estar en Argentina, formar un lugar propio entre su gente y
cultivarse nuevamente después de haber pasado quince años en la desolación. Leer
nuevos libros y escribir sobre asuntos científicos y volver a estar con
personas que la entendieran y le estimularan a ascender aún más cultural y
científicamente.
Alejandro sólo quería volver a su nave. Quería encontrar nuevamente un
ambiente de orden y responsabilidad, vestir su uniforme y saber en cada momento
cuál es su misión y cumplirla lo mejor que pudiera sin estar disperso en miles
de cosas a la vez. Quería sentirse integrado en un grupo de pertenencia con
objetivos que vayan más allá de ganar dinero y hacer negocios o tomar cerveza
debajo de un árbol en las tardes de verano. Alejandro prefería afrontar una
batalla estelar que enfrentar el vacío de humanidad en el que se encontraban,
donde la única lengua que se hablaba era la de del dinero y la promiscuidad.
No eran ambiciones tan distintas, pero Alejandro ya no creía que se
pudiera dar en este mundo y en este momento de la humanidad, el ambiente de
armonía y al mismo tiempo vivificante que Norah buscaba en Argentina. Él sabía
que estaban viviendo la última etapa del Kali Yuga, donde lo que prima es la
destrucción de todos los valores y de la espiritualidad -sea donde fuere que se
encontraran- y no encontraba ningún incentivo en esta civilización agotada y a
punto de desaparecer.
Así, y sabiendo que aún faltaba tiempo para poder cumplir con su deseo,
que era más que un deseo una imperiosa necesidad, buscaba paliar sus vacíos en
los últimos restos de humanidad que podría encontrar en un grupo de canto
coral, en los libros, o en escribir su propia historia sólo para descubrirse a
sí mismo.
Así es como dio comienzo a este relato que tal vez nadie llegue a leer,
pero que para Alejandro se constituyó en un modo de aligerar, aunque sea por un
rato, su propia angustia existencial.
1
ASUNCIÓN,
PARAGUAY, VERANO DE 1998
Una tarde sofocante del
verano de Asunción, Norah recibió una llamada telefónica a la que no le dio, en
su momento, mayor importancia, aunque supo despertar su curiosidad. En esa
época Norah y Alejandro tenían su correo electrónico bajo el nombre “Antares”
para comunicarse con sus amigos, familiares y compañeros de misión. Al atender el
teléfono, Norah escuchó una voz extraña, con fuerte acento alemán, que le dice:
“Hola, ¿vos sos Antares?... yo soy Antaris. Necesito hablar con vos,
pero ¡ya!. Es importante.”
Norah dudó por un
momento de la conveniencia de invitar a su casa a un desconocido que la llamaba
por su nombre de correo, pero una voz
interior, una fuerte intuición, le decía que aceptara la entrevista, por lo que
citó al tal Antaris para esa misma noche y organizó una sencilla cena de vino y
empanadas caseras que ella misma hizo.
A eso de las siete de
la tarde llegó “el gringo”, como comenzó a llamarlo Alejandro. Era un alemán de mediana estatura y unos cuarenta y tantos años, que apoyaba su
renguera en un bastón y que, por esos caprichos del destino, había fijado su
residencia en las afueras de Asunción.
Después de las presentaciones formales y mientras daban buena cuenta del
vino, comenzó una conversación realmente extraña, tanto o más extraña que el
personaje que asomaba en la vida de Norah y Alejandro.
Antaris era un tipo
extravagante, sin duda alguna y de acuerdo a las pautas que se manejan en la
sociedad actual. Era absolutamente extravagante pero no era ningún estúpido.
Había quedado cojo luego de haberse fracturado la cadera cuando, pasado de
copas, se cayó en la piscina de su casa
-que por cierto estaba vacía-, lo que le había impedido cumplir con el trabajo con el que se ganaba
la vida hasta ese momento.
Antaris era rico, con
estancias, coches de lujo y todo lo que cualquier persona quisiera tener, y
tenía una familia –se había casado con una mujer que ya tenía hijos y no le dio
ninguno propio- exasperadamente amante del dinero.
Al poco tiempo del
accidente y cuando se estaba recuperando de su última cirugía, comenzó a tener
graves problemas con su esposa, a tal punto
que vivir en su casa se le había convertido en una tortura. Entonces, y
en un intento de mejorar las relaciones familiares, buscó la forma de hacer dinero de otra manera
y comenzó a hacer negocios a través de la Internet. Qué clase
de negocios hacía era muy difícil de constatar, pero recibía semanalmente
toneladas de dinero que sirvieron para que se rodeara de un montón de adulones,
pero no para mejorar su vida familiar ni su relación con su esposa, la que no
dejaba pasar un momento del día sin denigrarlo de las formas más crueles delante de sus amigos y de quien estuviera
presente.
Sea como fuere, Antaris
pasaba la mayor parte de su tiempo en casa de Norah y Alejandro y hasta
consiguió que éstos le prestaran un consultorio para hacer digito-puntura y le permitieran dar
conferencias en el gran salón de su casa, donde Alejandro daba clases de
Hatha-Yoga.
El tema central de
Antaris, su obsesión, era el fin de
nuestra actual civilización y la “Operación Rescate” que la Federación Galáctica
haría para salvar a aquellos humanos que se encontraran en condiciones de
ascender a la quinta dimensión, los que pasarían a naves madre que se
encontraban precisamente allí, en la quinta dimensión, esperando el momento
apropiado para cumplir con su tarea. Los remanentes de la humanidad pasarían a
reencarnar en planetas de evolución similar a la de la actual Tierra, mientras
que los que fueran evacuados en la operación rescate serían vueltos a traer a la Tierra cuando comenzara la
etapa de la reconstrucción.
Todo fue muy bien hasta
su primera y última conferencia, de la que los asistentes a ella se retiraron
totalmente convencidos de que estaba loco y de que Norah y Alejandro estaban
tan locos con él, por haberle prestado su casa, sus relaciones y por ser sus amigos
-aunque apenas lo conocían, se hicieron rápidamente amigos pues, más allá de
las diferencias, Antaris era una buena persona y compartía con Norah y
Alejandro mucho más que las empanadas y el vino. Compartían el mismo amor y fe
en sus Maestros y Guías, y un mismo origen: las estrellas.
II
Con el apoyo y adhesión
de sus amistades, Norah y Alejandro fueron conformando un pequeño grupo de
meditación y trabajo interior con el que se reunían todas las semanas y que se
constituyó en un potente foco de atracción y canalización de energías
espirituales y en una guía certera para la evolución interna de sus miembros.
El Interés de Norah y
Alejandro por el grupo de meditación y el contacto con los Maestros no residía
en la posibilidad de ser rescatados por la Federación Galáctica ,
sino en su propia evolución espiritual y en la de los demás miembros del grupo.
Ya hacía mucho que Norah y Alejandro habían dejado de interesarse en salvar sus
vidas ante una inminente catástrofe, ya que pensaban que no valía la pena salvarse
mientras todo se derrumbaba a su alrededor con sus seres queridos y el resto de
la humanidad. Pensaban que lo que había que hacer era levantar, en la medida de
sus posibilidades, una vibración de amor, de armonía y de alegría en su
ambiente inmediato, como forma de contribuir a la elevación global de la
humanidad, ya que si todos somos parte del Uno, lo que siente, piensa y obra
cada una de las partes, cambia el Todo. Y lo hacían.
La casa de Norah y
Alejandro era una casa abierta a todos los que se llegaban a ella con voluntad
de mejorar su vida. Además del grupo de meditación y trabajo espiritual,
funcionaba en ella una escuela de Hatha Yoga, un consultorio de psicología
transpersonal, una escuela de astrología y otras actividades orientadas todas a
la evolución interna de las personas.
Antaris ya no atendía
gente ni daba conferencias, pero era parte importante del grupo de meditación y
un buen compañero en el que se podía confiar para emprender las más locas
aventuras.
Mientras el resto del grupo mantenía sus
actividades habituales de clase media trabajadora, Norah y Alejandro vivían
para dar impulso a la evolución espiritual propia y de los demás, por lo que
–por supuesto- siempre andaban cortos de dinero. Sin embargo en su casa nunca
faltaba nada, pues la providencia divina se mostraba permanentemente en sus
vidas y, aunque muchas veces no tenían para comprar un libro o ir a cenar
afuera, un amigo les regalaba el libro y alguien les invitaba a cenar a su casa
el sábado por la noche.
Era realmente una buena
vida la que resultaba de ponerse totalmente en manos de Dios y dedicarse a
cumplir la misión para la que fueron traídos.
CONTINUARÁ