sábado, 28 de diciembre de 2013

Nuestra vida en Paraguay







PRÓLOGO



 La angustia se levantaba con él cada mañana y aunque sabía con certeza que la protección de que gozaban y que la conducción que sus Maestros les brindaban era omnipresente, no podía evitar ese estado de vacío interior que le obligaba, por primera vez en su vida, a tomar un psicofármaco (“Lexotanil 6 mg”) cada mañana al levantarse, tratando inútilmente de disfrazar  su auto destructivo estado de ánimo.

 Era una situación  difícil  porque, solos en el medio del campo y  sumidos en tremendas dificultades,  Alejandro hacía lo que podía por mantenerse “entero” y, dentro de sus posibilidades, irradiar una atmósfera psíquica sino de alegría, por lo menos de calma. Pero, si bien podía llegar a manejar sus estados de ánimo, le era completamente imposible controlar aquellas emociones que saturaban su ser –y que sentía y vivía como propias- cuando la que “caía” era Norah. Y es que Norah tenía una mente enormemente fuerte y su aura mental se expandía por toda la casa y ni aún saliendo de esta y viajando a otra ciudad, podía Alejandro substraerse de aquella poderosa y oscura influencia.

Y entonces sucedía que Norah -que no poseía esa característica de absorción psíquica indiscriminada- comenzaba a preocuparse, además de por aquello que  le estaba inquietando, por la depresión de Alejandro, y trataba por todos los medios de “sacudirlo” para mejorar su estado de ánimo, sin darse cuenta de que la solución estaba que ella misma solucionara el suyo.

Norah y Alejandro estaban hartos, totalmente desgastados por la larga lucha. Norah quería estar en Argentina, formar un lugar propio entre su gente y cultivarse nuevamente después de haber pasado quince años en la desolación. Leer nuevos libros y escribir sobre asuntos científicos y volver a estar con personas que la entendieran y le estimularan a ascender aún más cultural y científicamente.

Alejandro sólo quería volver a su nave. Quería encontrar nuevamente un ambiente de orden y responsabilidad, vestir su uniforme y saber en cada momento cuál es su misión y cumplirla lo mejor que pudiera sin estar disperso en miles de cosas a la vez. Quería sentirse integrado en un grupo de pertenencia con objetivos que vayan más allá de ganar dinero y hacer negocios o tomar cerveza debajo de un árbol en las tardes de verano. Alejandro prefería afrontar una batalla estelar que enfrentar el vacío de humanidad en el que se encontraban, donde la única lengua que se hablaba era la de del dinero y la promiscuidad.

No eran ambiciones tan distintas, pero Alejandro ya no creía que se pudiera dar en este mundo y en este momento de la humanidad, el ambiente de armonía y al mismo tiempo vivificante que Norah buscaba en Argentina. Él sabía que estaban viviendo la última etapa del Kali Yuga, donde lo que prima es la destrucción de todos los valores y de la espiritualidad -sea donde fuere que se encontraran- y no encontraba ningún incentivo en esta civilización agotada y a punto de desaparecer.

Así, y sabiendo que aún faltaba tiempo para poder cumplir con su deseo, que era más que un deseo una imperiosa necesidad, buscaba paliar sus vacíos en los últimos restos de humanidad que podría encontrar en un grupo de canto coral, en los libros, o en escribir su propia historia sólo para descubrirse a sí mismo.

Así es como dio comienzo a este relato que tal vez nadie llegue a leer, pero que para Alejandro se constituyó en un modo de aligerar, aunque sea por un rato, su propia angustia existencial.



1


ASUNCIÓN, PARAGUAY, VERANO DE 1998


Una tarde sofocante del verano de Asunción, Norah recibió una llamada telefónica a la que no le dio, en su momento, mayor importancia, aunque supo despertar su curiosidad. En esa época Norah y Alejandro tenían su correo electrónico bajo el nombre “Antares” para comunicarse con sus amigos, familiares y compañeros de misión. Al atender el teléfono, Norah escuchó una voz extraña, con fuerte acento alemán, que le dice: “Hola, ¿vos sos Antares?... yo soy Antaris. Necesito hablar con vos, pero ¡ya!. Es importante.”

Norah dudó por un momento de la conveniencia de invitar a su casa a un desconocido que la llamaba por su nombre  de correo, pero una voz interior, una fuerte intuición, le decía que aceptara la entrevista, por lo que citó al tal Antaris para esa misma noche y organizó una sencilla cena de vino y empanadas caseras que ella misma hizo.

A eso de las siete de la tarde llegó “el gringo”, como comenzó a llamarlo Alejandro. Era un  alemán de mediana estatura y  unos cuarenta y tantos años, que apoyaba su renguera en un bastón y que, por esos caprichos del destino, había fijado su residencia en las afueras de Asunción.  Después de las presentaciones formales y mientras daban buena cuenta del vino, comenzó una conversación realmente extraña, tanto o más extraña que el personaje que asomaba en la vida de Norah y Alejandro.

Antaris era un tipo extravagante, sin duda alguna y de acuerdo a las pautas que se manejan en la sociedad actual. Era absolutamente extravagante pero no era ningún estúpido. Había quedado cojo luego de haberse fracturado la cadera cuando, pasado de copas,  se cayó en la piscina de su casa -que por cierto estaba vacía-, lo que le había impedido  cumplir con el trabajo con el que se ganaba la vida hasta ese momento.

Antaris era rico, con estancias, coches de lujo y todo lo que cualquier persona quisiera tener, y tenía una familia –se había casado con una mujer que ya tenía hijos y no le dio ninguno propio- exasperadamente amante del dinero.

Al poco tiempo del accidente y cuando se estaba recuperando de su última cirugía, comenzó a tener graves problemas con su esposa, a tal punto  que vivir en su casa se le había convertido en una tortura. Entonces, y en un intento de mejorar las relaciones familiares,   buscó la forma de hacer dinero de otra manera y comenzó a hacer negocios  a través de la Internet. Qué clase de negocios hacía era muy difícil de constatar, pero recibía semanalmente toneladas de dinero que sirvieron para que se rodeara de un montón de adulones, pero no para mejorar su vida familiar ni su relación con su esposa, la que no dejaba pasar un momento del día sin denigrarlo de las formas más crueles  delante de sus amigos y de quien estuviera presente.

Sea como fuere, Antaris pasaba la mayor parte de su tiempo en casa de Norah y Alejandro y hasta consiguió que éstos le prestaran un consultorio para hacer  digito-puntura y le permitieran dar conferencias en el gran salón de su casa, donde Alejandro daba clases de Hatha-Yoga.

El tema central de Antaris, su obsesión,  era el fin de nuestra actual civilización y la “Operación Rescate” que la Federación Galáctica haría para salvar a aquellos humanos que se encontraran en condiciones de ascender a la quinta dimensión, los que pasarían a naves madre que se encontraban precisamente allí, en la quinta dimensión, esperando el momento apropiado para cumplir con su tarea. Los remanentes de la humanidad pasarían a reencarnar en planetas de evolución similar a la de la actual Tierra, mientras que los que fueran evacuados en la operación rescate serían vueltos a traer a la Tierra cuando comenzara la etapa de la reconstrucción.

Todo fue muy bien hasta su primera y última conferencia, de la que los asistentes a ella se retiraron totalmente convencidos de que estaba loco y de que Norah y Alejandro estaban tan locos con él, por haberle prestado su casa, sus relaciones y por ser sus amigos -aunque apenas lo conocían, se hicieron rápidamente amigos pues, más allá de las diferencias, Antaris era una buena persona y compartía con Norah y Alejandro mucho más que las empanadas y el vino. Compartían el mismo amor y fe en sus Maestros y Guías, y un mismo origen: las estrellas.


II


Con el apoyo y adhesión de sus amistades, Norah y Alejandro fueron conformando un pequeño grupo de meditación y trabajo interior con el que se reunían todas las semanas y que se constituyó en un potente foco de atracción y canalización de energías espirituales y en una guía certera para la evolución interna de sus miembros.

El Interés de Norah y Alejandro por el grupo de meditación y el contacto con los Maestros no residía en la posibilidad de ser rescatados por la Federación Galáctica, sino en su propia evolución espiritual y en la de los demás miembros del grupo. Ya hacía mucho que Norah y Alejandro habían dejado de interesarse en salvar sus vidas ante una inminente catástrofe, ya que pensaban que no valía la pena salvarse mientras todo se derrumbaba a su alrededor con sus seres queridos y el resto de la humanidad. Pensaban que lo que había que hacer era levantar, en la medida de sus posibilidades, una vibración de amor, de armonía y de alegría en su ambiente inmediato, como forma de contribuir a la elevación global de la humanidad, ya que si todos somos parte del Uno, lo que siente, piensa y obra cada una de las partes, cambia el Todo. Y lo hacían.

La casa de Norah y Alejandro era una casa abierta a todos los que se llegaban a ella con voluntad de mejorar su vida. Además del grupo de meditación y trabajo espiritual, funcionaba en ella una escuela de Hatha Yoga, un consultorio de psicología transpersonal, una escuela de astrología y otras actividades orientadas todas a la evolución interna de las personas.

Antaris ya no atendía gente ni daba conferencias, pero era parte importante del grupo de meditación y un buen compañero en el que se podía confiar para emprender las más locas aventuras.

 Mientras el resto del grupo mantenía sus actividades habituales de clase media trabajadora, Norah y Alejandro vivían para dar impulso a la evolución espiritual propia y de los demás, por lo que –por supuesto- siempre andaban cortos de dinero. Sin embargo en su casa nunca faltaba nada, pues la providencia divina se mostraba permanentemente en sus vidas y, aunque muchas veces no tenían para comprar un libro o ir a cenar afuera, un amigo les regalaba el libro y alguien les invitaba a cenar a su casa el sábado por la noche.

Era realmente una buena vida la que resultaba de ponerse totalmente en manos de Dios y dedicarse a cumplir la misión para la que fueron traídos.


CONTINUARÁ