Como no le dejaban hacer nada que le gustara, se dedicó a leer los manuscritos y todos los libros de la biblioteca de su padre y a realizar profundas investigaciones desde muy niña, lo que también forma parte de su manera de ser en el presente, que pasa entre papeles y libros elaborando escritos que nacen de su ciencia para el lucimiento de otros que pagan por sus servicios. Ha pasado toda su vida estudiando, primero las ciencias de los hombres, y luego las ciencias del Espíritu, hecho que, en definitiva, es la causa de los problemas en que ahora se encuentra y también lo es del alto grado de desarrollo espiritual que ha alcanzado.
Su presencia se nota en cualquier reunión, y donde se encuentre emana una aureola de autoridad natural que todos perciben y acatan de inmediato. Es el centro y brilla y su luz se infiltra en las mentes de las personas provocando erupciones volcánicas en el interior de éstas, y Ankh sabe que sólo puede esperar dos reacciones: adhesión plena y amor, o repulsión y odio. De esta manera, Ankh está rodeada de amigos y de enemigos, ambos incondicionales e intensos a la hora de demostrar sus cualidades.
Es imposible que un sentimiento de disgusto de cualquiera de nosotros pueda pasar desapercibido por el otro por más que se lo intente, pues una poderosa fuerza mental satura el ambiente de tal manera que el aire puede cortarse con un cuchillo (y mellarlo).
Era una época en que aún las gentes conservaban un difuso recuerdo de ser, un sentimiento de trascendencia que no podían justificar en su vida monótona, que transcurría sin sentido aparente y en todo conforme a lo que los reyes de las naciones necesitaban que ocurriera. Eso les producía angustia en su interior y esa angustia no podía ser calmada con pócimas y medicamentos, y crecía... crecía hasta que la gente estallaba. Cuando la gente estallaba la metían presa o la mataban. Las familias se rompían con la separación de los esposos y los hijos quedaban a la deriva, pasando los fines de semana con el padre y el resto del tiempo con la madre. Como la madre trabajaba, terminaban viviendo con la abuela o algún otro pariente, adquiriendo malos hábitos a fuerza de ser mal criados algunos, o por falta de amor los otros.
Sin embargo, aunque se sufría tanto o más que hoy día, las personas podían entrever que había algo dentro suyo más importante que el aspecto físico o el éxito social y económico. Las gentes aún tenían recuerdo de su alma, aunque muy desdibujado, y luchaban por recuperar esa alma que recordaban; era como vivir en un estado de perpetua nostalgia. Otros, los más jóvenes, ponían esa búsqueda al servicio de la utopía, buscando cambiar el mundo, acelerar el pasaje de la oscuridad a la Luz, pero en su inexperiencia y en su ansiedad por ver cumplido su sueño, usaron las armas del enemigo... y el enemigo era más fuerte y tenía más experiencia en ese tipo de guerra. Hoy no queda ninguno de ellos; los que no fueron muertos se corrompieron y se pasaron a las filas de la oscuridad.
Se hallaba en la cumbre de su éxito profesional cuando la oscuridad le propinó el más duro golpe de su vida: el asesinato de su hijo mayor, Dangma. A partir de allí su vida ha corrido por otros senderos; senderos escarpados, llenos de dolor y de lágrimas, pero también de profundas realizaciones espirituales: Ankh descubre su alma. No con ese conocimiento entrevisto en ocasiones por la mayoría de las personas, sino con la clara vivencia de quién, de repente, se encuentra en un mundo sin sentido, en una noche perennemente oscura, y busca desesperadamente una razón para vivir e intenta encontrar dónde está ese Dios de amor del que le hablaban desde que era niña.
Buscando una explicación para sanarse a sí misma, o para recuperar su cordura, comenzó a transitar otros caminos. Buscó por aquí y por allá sin encontrar nada que sacie su sed de paz. Habló con los espíritus en sesiones tristes, carentes de significado profundo, caminó los pasillos de las iglesias, probó todo lo que sabía que había a su alrededor, pero no encontró nada que le diera una respuesta. Siempre se encontraba con la pared del dogma que le decía que “... los designios de Dios son inescrutables”. Que “... hay que dar gracias a Dios por el dolor” y otras frases hechas que no pueden dar consuelo ni paz a nadie y menos a quién sabe que hay algo más, aunque no le sea posible conocerlo en ese momento.
Fue en estas circunstancias que se interesó por la astrología y comenzó su estudio bajo mi tutela, que en esos momentos había organizado un grupo de estudio de esa ciencia. Una de mis alumnas de astrología era paciente de Ankh en su consultorio de psicología y, a través de ella, se realizaron los contactos para hacer un grupo de estudio en la residencia de Ankh. Así comenzamos una difícil relación que más tarde maduraría hasta concluir en matrimonio.
Junto a mí Ankh comenzó, al tiempo que estudiaba astrología, la práctica de la meditación y el contacto con sus protectores espirituales, seres de gran poder y evolución, que le fueron, por fin, brindando lo que tanto había buscado por muchos caminos: le dieron una razón para vivir, le mostraron a Dios (al verdadero) y le comunicaron la paz y el equilibrio que tanto necesitaba para dar comienzo consciente a su misión, a lo que le trajo a este mundo. Allí dio comienzo el camino a
Esta es Ankh. Este ser surgido del más profundo dolor, magnífico y delicado, fuerte y amoroso, de inteligencia brillante y de una inocencia extrema. Éste es el ser que me ha tocado amar y cuidar de su seguridad en este preciso y peligroso momento del cambio evolutivo de esta humanidad.