viernes, 22 de febrero de 2008

EL ÁRBOL DE LOS DESEOS

Una vez un viajero entró al paraíso por error. (En el concepto indio del paraíso, hay árboles que conceden los deseos. Simplemente te sientas debajo de uno de esos árboles, deseas cualquier cosa e inmediatamente se cumple. No hay espacio alguno entre el deseo y su cumplimiento)

El hombre estaba cansado, de manera que se durmió debajo de un árbol dador de deseos. Cuando despertó sintió hambre y dijo: "¡Tengo tanta hambre! Ojalá tuviera algo para comer". Inmediatamente apareció la comida, de la nada, simplemente flotando en el aire, y era una comida deliciosa. El viajero estaba tenía tanta hambre que no prestó atención de dónde había llegado la comida. ¡Cuando tienes hambre no estás para filosofías! Simplemente comenzó a comer y la comida estaba deliciosa.

Cuando su hambre estuvo saciada miró a su alrededor. Ahora se sentía satisfecho, y otro pensamiento surgió en él: "¡Si tan sólo pudiera tomar algo!" Y como aún no había prohibiciones en el paraíso, apareció inmediatamente un vino estupendo.

Mientras bebía tranquilamente el vino y sentía la fresca y suave brisa que soplaba a la sombra del árbol, comenzó a preguntarse: "¿Qué está pasando? Hay fantasmas que están jugándome una broma"
Y aparecieron fantasmas feroces, horribles, nauseabundos. Comenzó a temblar y pensó: "¡Seguro que me matan!"

Y los fantasmas lo mataron.

Este relato, que nos llega desde la India, es una parábola de gran significación. Tu mente es un árbol dador de deseos: Lo que piensas, tarde o temprano, se verá cumplido. ¡Piensa el bien para recibir el bien!
Alejandro

martes, 19 de febrero de 2008

¡OHH... DIOS!

¡Ohh, ese Dios tan lejano, tan críptico en sus decisiones…!

Cuántas veces nos hemos enojado –hemos estado furiosos- con Dios porque no atiende nuestros más simples pedidos y pasa por alto nuestras más elementales necesidades.
Cuántas veces hemos perdido la fe… para recuperarla rápidamente cuando las experiencias de la vida ponen en juego nuestra propia supervivencia…

Cuántas veces se ha atacado nuestro orgullo cuando escuchamos decir que Bach, o Miguel Ángel, o cualquier otro gran genio pudo realizar sus obras porque estaba inspirado por Dios, porque su arte o su ciencia eran canalizadas desde los más altos planos espirituales… ¿Es que el ser humano es sólo capaz de realizar las pequeñas cosas de todos los días y para hacer algo sublime necesita que otro lo haga por él? ¿De dónde sale semejante despropósito?

Ese Dios tan lejano e inaccesible… ¡No existe! Es producto de una repulsiva enseñanza que nos han inculcado en forma permanente durante toda nuestra historia conocida. En realidad, Dios es la unidad de la que todos –y todo- formamos parte. Y cuando el genio trae su arte o su ciencia desde los planos espirituales, lo está trayendo de sí mismo, de su divinidad, que es la misma que la tuya o la mía. Ese orgullo humano herido sólo tiene sentido si nos encerramos en la falsa enseñanza que nos impartieron y que ya es hora de dejar de lado.

Porque si seguimos creyendo que Dios es otra cosa separada de nosotros, seguiremos sintiéndonos pobres y limitados. Y no lo somos. Somos parte de una gran totalidad todopoderosa a la que llamamos Dios

Alejandro