domingo, 4 de noviembre de 2007

Volver


Eran las tres de la mañana y no podía dormir. En la cocina sólo se oía el suave sonido de la lluvia y el molesto zumbido de un mosquito que Alberto ya se había cansado de espantar y que ahora se le acercaba goloso a la piel del brazo.

Ya habían pasado cinco días desde que Isabel se había ido a casa de su hermana y no tenía ninguna noticia de ella, como si se hubiera tragado la tierra, y no tenía manera alguna de comunicarse con ella -la hermana de su esposa vivía en el campo, lejos de la ruta y de cualquier poblado. Definitivamente debía esperar a que sea ella la que se comunicara, pero una sensación de peligro estaba haciéndole perder la calma. No tenía razones objetivas para sentirse así y sin embargo cada vez se sentía más preocupado y ansioso.
El viaje de Isabel había sido programado hacía ya tiempo. Era un merecido descanso que ambos habían decidido y que no suponía ningún tipo de problemas, ya que ella se encontraría en un lugar seguro y con su familia y él ya sabía que no había teléfono ni forma alguna de comunicarse. Sin embargo la angustia crecía con cada hora que pasaba. Se dijo que estaba loco, que no había razón alguna para preocuparse, que Isabel estaba bien y descansando…
Al otro día no fue a trabajar. Dio una excusa, se subió al auto y partió al campo a buscar a su esposa. Bien podría ser –era lo más seguro- que no le pasara nada, que esos sentimientos ominosos fueran producto de la soledad después de tantos años de no separarse más que para ir cada uno a su trabajo. Pero ya no podía esperar, estaba totalmente desequilibrado.
Con el acelerador a fondo tomó la ruta tres y viajó todo el día y toda la noche sin parar y ya estaba por tomar el camino de tierra que conduce a la estancia de Claudia, la hermana de Isabel, cuando la vio.

Era una nave enorme, como de un Km. de diámetro y flotaba sobre el suelo a tan baja altura que podía ver el reflejo de su rostro en la pulida superficie. Emitía un agudo sonido tan intenso que le obligó a taparse los oídos, mientras todo en derredor parecía estar suspendido en la nada y una vibración intensa penetraba hasta en la última de sus células.
Desde una de lo que parecían ser ventanillas en la nave, vio a Isabel que lo llamaba. Casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se acercó a la nave y un poderoso haz de luz lo suspendió primero en el aire y luego, suavemente, jaló de él hasta que se encontró en el interior de un amplio recinto tenuemente iluminado. Allí lo esperaba Isabel.
¡Gracias a dios sentiste mi llamado!, dijo. Y luego: ¡Volvamos a casa Alberto!

Nadie volvió a saber nunca de Alberto e Isabel –tampoco se han preocupado en buscarlos-
Alejandro

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