sábado, 9 de enero de 2010

LA ÚLTIMA LÁGRIMA. Por: Cristian Gibran Dracon

A Jesús Enrique García Utrilla

Porque su frase: “...usualmente cuando las personas están tristes nada hacen. Solo lloran su condición, pero cuando se enfadan provocan el cambio” me motivó y perdurara en mi eternidad. Gracias genio.


A Mario Ibarra, Luís Rodríguez, Javier Chaine y Daniel Rangel

Amigos no tengo más que decir que los extraño y ocupan ya un lugar privilegiado en mi memoria. Sin duda me gustaría expresar que añoro compartir más momentos de risa a su costado, pero las circunstancias nos obligan a tener un presente muy complejo en cuanto a tiempos y espacios. Gracias por soportarme y de una manera indirecta contribuir a esta filosofía de vida que hoy me invade. Puedo decir, con descaro y a su vez con mucho orgullo, que soy un individuo con pocos amigos pero siempre he pensado que los amigos son como los dedos de las manos ¿o de mis pies?


A Abril Alarcón Andrade

Porque tu naturalidad física y espiritual me llenan de tranquilidad en cada plática, en cada llamada. Gracias artista.


Recordando la promesa que te hice sin tu presencia pero si con tu esencia al lado mío, ya que parte de ese juramento fue que todos los días de mi existencia, te recordaré a pesar del dolor que esto me cause, que signifique oprimir las yagas que tu partida dejó en mi ser… Sin importar nada de ello, hoy volví a ver tu sonrisa en un instante, en un parpadeo, en un suspiro, en un anhelo.

Quisiera contarte que es todo lo que ha pasado desde aquel 23 de marzo, donde realizamos la llamada que puso fin a esta historia, donde toda aquella charla a través del celular demostró lo que paso durante cinco años. Lloramos, reímos, reñimos, analizamos, mentimos, prometimos, suplicamos, nos celamos y al final llegamos a lo mismo, decir adiós en una total confusión, con un hermetismo tal que hoy día trato de buscar respuesta y me dan escalofríos. Al pensar en el futuro podría descifrar cosas positivas para ti, cosas que con una enorme ufanía invaden mi sonrisa, pero al revisar mi futuro y qué es lo que quiero de él, no puedo ver nada; mi única excusa burda es que el pretérito y lo venidero no existen, pero solo es un “bastón” para evadir mis metas y propósitos. Platicarte lo que ha pasado parece muy distante; son ya nueve meses sin tu voz, sin tu olor, sin tu palpitar tan acelerado que siempre emanabas al abrazarte. Nueve meses de levantarme sin ser mi primera llamada del día… nueve meses sin que me platiques qué soñaste o cómo dormiste; nueve meses sin viajar a tu colonia, a tu casa. Nueve meses de buscarte y encontrarte en cada canción, nueve meses de pronunciar tu nombre sin que nadie pronuncie el mío, nueve meses de recuerdos, nueve meses de estar irritado con todo aquel que me interrumpa cuando pienso en ti… nueve meses de estar muerto en vida.

Al principio de este rompimiento pensé que todo se trataba de una lección, la cual merecía. Con cada uno de los castigos impuestos por ti, no supe aprovechar ni demostrar las simplicidades del amor, de una relación que empezó como un juego al besarte aquella noche la mano, en tono de “me gustas”, y tú me regalaste una tierna sonrisa. Nuestro primer beso a las afueras de tu casa, poniéndole fin con aquella misma sonrisa. Me equivoqué, amor mío, es lo único que puedo decir. Sé que no sirve de nada, por eso tu tranquilidad y tu felicidad que dependen de alguna pequeña manera en parte mía, en no buscarte para que no recuerdes nada amargo, que ahora en adelante todo sea dulce y con buen sabor.

Mi caminar después de tu partida es lleno de altibajos, y con muchas contrariedades sigo refugiado en esta depresión severa, con medicamentos para controlar mi nivel de ansiedad, con terapia para tratar de desahogar todo lo que vengo cargando antes y después de ti. Por una parte comencé a conocer gente; indirectamente las condiciones impuestas por la sociedad me orillan a convivir, a conocer personas para las cuales pasé de ser desconocido a alguien famoso, pero por otra la parte más fuerte mi cerebro me orilla al lado contrario, a encerrarme en mi cuarto, en mis ideas, en mis recuerdos.

Son incontables las horas que paso en este pequeño espacio que ocupo en la casa de mis padres, donde devoro libros, donde analizo muchas veces cosas de las que jamás voy a obtener respuestas… anagramas en que ni los mismos historiadores tienen pruebas fehacientes de sus teorías, temas que parecen simples pero te adentras en ellos y se vierten complejos, sobre lo bueno y lo malo, sus arquetipos, si la historia que sabemos acerca de todas nuestras raíces es cierta o solo escuchamos y aprendemos por obligación.

Dentro del panorama que ahora la vida me ha puesto, conocí a una persona muy sabia -“JEGU” son sus iníciales. Trato de analizar el significado de esta persona en mi vida, pero lo único que concluyo es que mis conocimientos son de un Neanderthal a comparación de él. A pesar de ser un genio, su nivel de tolerancia y humanidad son inexplicables; cuando llegué a este nuevo ambiente, él fue el único que me recibió con los brazos abiertos sin verme como competencia o como un rival; muchas tardes he platicado con él sobre los temas que me quitan la tranquilidad, sobre lo que he estado viviendo… el alivio que me provoca mantener una charla con él es de verdad muy preocupante, ni el medicamento me hace sentir lo que las palabras de este culto individuo. Demasiadas tardes he platicado anécdotas, secretos que ni yo mismo repetía por temor a que alguien por error escuchara, así fuera el lugar más privado que conociera. El afecto y la confianza fue creciendo con este colega, llegando a compartir la mesa con él y su familia, estrecharnos la mano y sentir en ese saludo el lazo de amistad que habíamos forjado.

El compartir muchas cosas de nuestra filosofía de vida no exentaba que a veces mantuviéramos debates sobre algunos temas, por ejemplo creencias, estados de ánimo, deportes. Tiene maneras muy sutiles pero a la vez directas de expresar sus opiniones u objeciones. Por ejemplo, una de ellas fue cuando expresé “mañana jugamos contra Estados Unidos” y me dijo “¿vas a jugar?“ Yo no comprendí en ese momento su sarcasmo, pero después de unos segundos apunté “¡ojala!, pero no creo que me den oportunidad”. De ahí comenzó a platicar su conocimiento sobre el fútbol, el libro que escribió acerca del fanatismo; después prosiguió preguntándome el por qué admiraba a ciertos equipos como el atlas; yo solo supe contestar que el estilo que siempre pregonaba ese equipo era ofensivo, sus jugadores solían ser de la cantera, con pocas contrataciones, muchas de ellas discretas. El sin embargo me escuchó, y dándose cuenta que yo tenía poca cultura acerca de la historia del equipo, me preguntó que si conocía la historia de los colores de este conjunto de Jalisco. Sinceramente respondí que no; me contó cómo es que a principios del siglo pasado los obreros de aquella ciudad estaban en huelga. Las banderas rojinegras colgadas a lo alto de cada una de las empresas eran el estandarte de lucha de esos trabajadores; su pliego petitorio era fácil de cumplir: un aumento salarial accesible, primordialmente. La huelga terminó y los trabajadores se preguntaron “¿qué hacemos con las telas rojinegras?”. Optaron en convertirlas en uniformes.

Sin duda me quedé asombrado. Así siguió con explicarme detalladamente de qué se trataba su libro acerca del fanatismo en la mente común de esta sociedad; concordamos en muchas de esas ideas, yo exponiendo como consigna mis conocimientos sobre psicología del mexicano, el contrapunteó con la psicología de las minorías activas.

De ahí se extendió la charla hasta tocar el tema de Jesucristo, que iba de la mano al estar hablando de fe a un pedestal con una figura vacía; me compartió que él fue, al igual que muchos, donde busco en un templo la salvación, o las claves para ser una mejor persona, un excelente padre… Perteneció a todo tipo de religión, donde la veneración y rituales eran similares aunque sí con diferentes nombres, alguna que otra con una modificación sobre imágenes y el símbolo de la cristiandad.

A mí me pareció prudente mencionar mi “experiencia” sobre este tema; fui un católico por herencia, por imposición; he leído la Biblia pero no me produce nada, no me nutre ni modifica nada el escuchar palabras para algunos tan sabias; el hecho es que para criticar y expresar sobre cualquier temática debes conocer el contenido de la misma: mi madre insistía que la base de la moral y la espiritualidad implicaba leer este librito con más de mil hojas, pero me parecía absurdo. La vida y la sabiduría se forman en cada caída, en la tempestad donde no solo es aprender a sobrellevarla si no caminar en ella. Me vi obligado a estudiar esta obra llena de fabulas y leyendas; con un amigo de la infancia recordaba que hacíamos juegos para divertirnos en la tediosa clase del catecismo, el preguntaba, yo tenía que contestar cantando o rimando: estábamos sentados en un área verde escuchando “la palabra del señor”, atentos, teniendo la mirada fija en el pasto, contando los minutos para irnos a casa. Mi compañero a lado mío me escribió en una hoja:… “¿frase más estúpida de librito?” Yo voltee asombrado y a mi vez soltando una risa de que alguien retara mi creatividad, así que contesté en un tono musical al estilo navideño:

si a alguno de ustedes,

Le falta sabiduría,

Pídasela a dios, y

Dios que da a todos generosamente

Y sin echarlo en cara

Se la concederá”

Esa frase la habían expuesto un par de niñas dos sábados antes; la frase era de Santiago 1:5. El catequista nos descubrió al ver que reíamos entre dientes. Nos apartó del grupo y nos puso como castigo el permanecer parados con los brazos extendidos, abriendo y cerrando los dedos; a mi compañero parecía no importarle, yo en cambio me sentí por un instante como Dimas y Gestas, fue como un flash back.

Mi colega solo se rió de aquella anécdota con la que terminé de platicar mis sucesos acerca de la fe; así pasaba la mayoría de las tardes platicando sobre varias cuestiones, muchos conocidas y otras de los cuales yo muchas veces optaba por callarme y escuchar cátedra, por respeto a que él es mucho mayor que yo, pero muy expectante de aprender algo que yo desconocía.

Respecto a la demás gente que me rodeaba, siempre mostré una cara de simpatía. Sé que ese nuevo ambiente era peligroso y lleno de personas simples, traicioneras, y con mucho interés por absorberte hasta lo último bueno que te pertenezca. Una mujer de aproximadamente 40 años me dijo que tenía la impresión que al llegar donde yo estaba era como ser una manzana verde muy bonita recién caída de un árbol, y al paso del tiempo en este ambiente te podrías, te agusanabas.

Empecé a conocer y probar en propia practica acciones que nunca había realizado: el cómo decirle a alguien “te ves muy bien”, darte la vuelta y mofarte de lo que traía puesto; nunca había estado en un gimnasio donde ahí también te das cuenta de la fragilidad de las relaciones interpersonales, la falsedad de muchas personas, donde la hipocresía, vanidad, y la envidia son la base principal del entorno.

No es que yo haya sido completamente sano antes de convivir con todas estas personas, si no que siempre, como parte de mi vida, trate de tener bien claro la sinceridad y el no estar observando que hace el otro, es decir supe discernir entre ser competente y competitivo; sobre todo a base de qué conseguiría cada uno de mis triunfos y fracasos.

Por supuesto sostuve pláticas con estas personas. Te das cuenta en dos o tres palabras la calaña de la persona con la que estás intercambiando ideas, de lo que son capaces y con qué medios conseguirán lo que les gusta, lo que desean, obvio sólo en esos momentos. No suelen ser personas muy profundas, más bien como superficiales, sin embargo una que otra, por ocasiones, muestra síntomas de humanidad, pero te adentras más en ello y te das cuenta que es lo mismo que las otras solo que con mas hipocresía.

Así pasaron cada uno de los meses restantes del año, con esta bipolaridad de ideas que aun no logro digerir. El día pasa aletargado, sin sabor, sin olor, al estar refugiado fines de semana completos en mi cuarto escuchando una y otra vez melodías, pero he aprendido algo: me refugié o más bien me atreví a escuchar canciones con sentido que detrás de ello hay cultura, aprendí que no todas las canciones tienen que hablar de amor o de lo contrario a ello y no porque sea malo, pero me parece que la pseudología fantástica muchas veces está apoderada de esas canciones vanas, que al igual que la gente que me rodea por ratos, son superficiales.

A mediados del año me sentía cansado, no la pasaba bien, el estrés se había apoderado de mi sistema nervioso y comencé a perder aun más el apetito, el sueño, las ganas de estar aquí. Tu recuerdo golpeaba mi ser y mi espíritu a su antojo.

Entendía que era un adicto, si, un dependiente de tu risa, de tus palabras, pero ya no podía hacer nada para remediar esta situación; estuve tentado a llamarte, a tomar el auto y buscarte sin tener miedo de que lo que vieran mis ojos no fuera a gustarme del todo. Sí, estoy enfermo, pero también comprendía en mi arrepentimiento que el amor no es una gratitud, ni un premio, el amor es simplemente una historia sin guión, y que se debe vivir y palpitar el minuto a minuto de éste, sin contemplar los 60 segundos anteriores o los que le siguen al que estás viviendo actualmente, eso aprendí sólo encerrado sin más ruido que mi respiración.

El primer fin de semana del mes de diciembre, tuve que hospedarme en un hotel de la ciudad de México para cumplir con unos compromisos laborales. Ese domingo fue más lento que muchos otros, y vino con mucha fuerza el recuerdo de lo que eran los domingos cuando me querías, dormido junto a ti, observando tu descansar; pero volví a la realidad: estaba en el hotel Montevideo ubicado en la avenida del mismo nombre, a un costado de la basílica de Guadalupe; las peregrinaciones pasaban desde el medio día. No puse mucha atención a aquel suceso; después de la comida regrese a mi cuarto y observaba la televisión buscando algo que nutriera mi ansiedad de hacer algo productivo.

Escuchaba ruido a la afueras del hotel; los peregrinos seguían en su recorrer y mientras observaba su caminar, recordé el libro que había leído hacía dos meses: era una obra llamada “Coatl“, escrita por Antonio Guadarrama Collado. Este autor mencionaba que su impresionante novela estaba basada en documentos reales, sobre profecías prehispánicas donde el misterio de una serpiente se hilvana peligrosamente con el milagro Guadalupano y la fe enfrentará la más dura prueba. Efectivamente todo el libro mantiene el suspenso donde todo comienza cuando un hallazgo arqueológico desentierra un misterio que ha sido celosamente guardado por la iglesia; este descubrimiento apunta a una profecía y la respuesta apunta a un humilde ayate sobre el cual fue edificada la fe cristiana en el continente americano.

Me preguntaba si estos peregrinos sabrían sobre la existencia de ese libro o se detenían a analizar lo que sabían de su virgen. Cuando volví de ese pensamiento vi llegar una caravana más corta de personas que venían caminando al frente de ellos. Una camioneta de redilas con una virgen guadalupana enorme tallada en un tronco de madera que parecía tener una gota derramada en su ojo izquierdo; la segunda intriga nació: ¿acaso la imagen que traían no valía tanto como la que venían a visitar? Las personas detrás de la camioneta parecían agotadas y llevaban una manta que decía: peregrinación Actopan Hidalgo “la ultima lagrima”. Observe señoras, niños en su mayoría, muchos descalzos pero todos llorando y mirando constantemente hacia el cielo como lanzando un vocativo de perdón. En ese momento, al cerrar la cortina de aquel cuarto de hotel, comprendí que yo seguía siendo un peregrino. Tal vez la gente que me rodeaba me observaba como un guadalupano que sigo idolatrando y extrañando a un fantasma, a ese ser que ya no existe más en mi realidad, que me hace ser igual que ellos, despertándome y pensando en ella como una diosa. Me parezco en todo a estos cristianos venerando algo que cree en mi mente, que seguramente tiene más devotos de su imagen.

Cristian Gibran Dracon

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