martes, 9 de octubre de 2007

Íntimo

Oyó silbar la pava, fue hasta la cocina, apagó el fuego y preparó el mate. El día estaba gris y desde el Oeste llegaba un viento frío que anunciaba lluvia.
Realmente no le afectaba mucho el cambio de clima, ya que era domingo y no tenía pensado salir de su casa; un buen libro, un poco de música y el calor íntimo de la cocina le bastaban para sentirse bien, en paz y hasta feliz después de una semana pesada de trabajo. Hoy no iba a permitir que nada interrumpiera el fecundo diálogo que estaba teniendo consigo mismo, con su yo más profundo. No iba a permitirse perder el estado de armonía que estaba sintiendo y que le llevaba con suavidad y placer hacia la luz que brillaba en su interior, en su corazón, donde sentía la presencia de la vida, la presencia de Dios.

Hacía ya tiempo que había decidido dejar ir las tristezas de Zitarrosa y enfocar su alma hacia sentimientos más luminosos que le ayudaran a crear un nuevo mundo interior, un mundo con esperanza, donde el amor no fuera ese sentimiento torturado de dar sin esperar nada y donde la melancolía se enrosca en el alma haciendo del llanto silencioso la expresión de un ideal de sacrificio en función de.. ¿de qué? Realmente Fernando no sabía responder a esa pregunta que se formulaba a sí mismo. Había estado toda su vida llorando por dentro sin saber por qué. Intentó pensar en el karma, en el dolor que arrastraba de alguna otra encarnación, pero no logró encontrar una respuesta. Realmente no sabía porqué había pasado su vida envuelto en la penumbra de la tristeza. Decidió dar vuelta el dial de su emisora interna y se puso a cantar una canción de Serrat: “Hoy puede ser un gran día...”

Sentado a la mesa de la cocina, cebándose unos mates mientras fumaba un cigarrillo, comenzó a sentir un confortable calor que venía desde adentro, desde su corazón reconfortado por haberse encontrado, por fin, a sí mismo y por haberse aceptado tal como es: humano, limitado, imperfecto, sediento de amor, a veces oscuro... Y también divino, grandioso, perfecto, radiante de amor y de luz.
Fernando se reconoció y se amó a sí mismo por ser humano y por ser, al mismo tiempo, una imprescindible parte de Dios.
Alejandro

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