jueves, 31 de enero de 2008

ROMANCE DE LA NIÑA Y LA LUNA

La madre duerme a la niña
con el columpio y el canto,
mientras que por la ventana
la luna la está alumbrando.

-Señora, aparte a la niña,
que le está dando la luna.
¡Ay!, que no está bautizada
y la luna se la embruja-
le dice una campesina.
Mas la madre no se asusta
y se sonríe meciendo
a la pequeña en la cuna.
-Yo no creo en esas cosas,
porque son cosas de bruja.

La campesina responde
con la voz próxima al llanto:
-¡Ay señora, usted no entiende
estos misterios del campo!
La luna es como las brujas
cuando es vieja y va menguando,
y al niño recién nacido
si consigue iluminarlo
le sorbe el alma del cuerpo
para llevársela al diablo.
¡Señora, apártela pronto,
que se la sorbe de un trago!
¡Se la toma, si yo veo
cómo se la va tomando!

La madre empieza a asustarse,
y tomando en serio el caso,
cierra, presto, la ventana,
dejando a oscuras el cuarto;
mas la pobre campesina
le dice muy suspirando:
-Ya se la dejó tomar.
¡Ay!, ¿por qué no me hizo caso?
Ahora habrá que vencerla
para librarla del diablo.
Y la incrédula señora,
que del todo se ha asustado,
da un grito y le dice: ¡Sálvela...
ay, el susto que me ha dado!

Entonces la campesina
levanta a la niña en brazos
y entreabriendo la ventana
deja que se enlune el cuarto.
Después presenta a la luna,
tres veces, la niña en brazos,
tres veces y haciendo cruz,
diciendo un rezo entretanto.
Luego exclama satisfecha,
pecho y voz emocionados:
-¡Qué suerte, señor, qué suerte
que no se hubo despertado!
Posa a la niña en la cuna
y queda como jadeando.

La madre mira a la niña
con los ojos lagrimados,
y ve a través de las lágrimas
que un ángel la está guardando
Fernán Silva Valdés

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